Si has llegado hasta aquí, me gustaría compartir una vivencia de esas que marcan para toda la vida. Hace unos días conocí en un lugar de difícil acceso, diminuto y remoto rodeado de montañas imponentes, a un hombre llamado Juan José, alguien que ya era especial desde que inspiró su primera bocanada de aire.
Ese buen día de verano en el que las nubes encapotaban al cielo, y las campanas colgadas al cuello de las vacas se oían de fondo, tuve la oportunidad y la gracia divina de conocerle.
Mi primer gracias para ti, la persona que has hecho posible este encuentro.
Con cierto nerviosismo sano por conocerle, alimentado tras varias conversaciones sobre él, y con frases que hacían eco como “ Juan José es una persona a la que hay que conocer" esperábamos su llegada. Él no se hizo demasiado esperar, abrió la puerta despacio y asomó por ella, después de realizar religiosamente sus quehaceres en la hornera.
Una sonrisa anciana, y una estatura esperada, fue lo primero que vi, una piel tersa de color maíz tostado, asombrosa para sus 94 años, sus manos eran grandes y estaban algo deformadas, al igual que sus piernas arqueadas, por el castigo ineludible de los años y por el trabajo duro en el campo.
Campos de ensueño con olores innatos de naturaleza salvaje, que le han dado el cobijo necesario en algunas ocasiones y la libertad ansiada en otras.
Su presencia... cómo describirlo, era absolutamente increíble.
¿Por qué él es tan especial? Juan José es sordomudo, y no ha conocido más tierra que la que le vio nacer. Se podría decir que es un lugareño de pura cuna, que sólo ha divisado un horizonte.
Alguien con estas características, nacido en otro tiempo, en un pueblo mágico en algún punto del Norte de España, y desplazado por imperamento social a ser el último de la fila en muchos sentidos y ámbitos, se puede intuir que no ha tenido una vida fácil. Ni él, ni muchos, muchísimos como él.
Sin ahondar más en esta tristeza, que se engrandezca la belleza de su voz y oído, sentidos dormidos. Sin profundizar en su vida pasada, que sea bienvenido su presente, que él atrapa como ninguno. Sin escarbar en lo que pudo haber sido, que sea celebrada su alegría natural. Sin reprochar los designios superiores, demos gracias por tener personas maravillosas como Juan José que si le tiendes la mano juega contigo al corro de la patata, se vale por sí mismo, hace cestas bicolores con ristras de ajos alucinantes, duerme en cuevas al refugio único de las estrellas.
Y va a ser cierto que este lugar cura y engrandece el alma.
Mi última palabra Laura, es para ti, bien grande, alta, hermosa GRACIAS por ser como eres con él.
Ese buen día de verano en el que las nubes encapotaban al cielo, y las campanas colgadas al cuello de las vacas se oían de fondo, tuve la oportunidad y la gracia divina de conocerle.
Mi primer gracias para ti, la persona que has hecho posible este encuentro.
Con cierto nerviosismo sano por conocerle, alimentado tras varias conversaciones sobre él, y con frases que hacían eco como “ Juan José es una persona a la que hay que conocer" esperábamos su llegada. Él no se hizo demasiado esperar, abrió la puerta despacio y asomó por ella, después de realizar religiosamente sus quehaceres en la hornera.
Una sonrisa anciana, y una estatura esperada, fue lo primero que vi, una piel tersa de color maíz tostado, asombrosa para sus 94 años, sus manos eran grandes y estaban algo deformadas, al igual que sus piernas arqueadas, por el castigo ineludible de los años y por el trabajo duro en el campo.
Campos de ensueño con olores innatos de naturaleza salvaje, que le han dado el cobijo necesario en algunas ocasiones y la libertad ansiada en otras.
Su presencia... cómo describirlo, era absolutamente increíble.
¿Por qué él es tan especial? Juan José es sordomudo, y no ha conocido más tierra que la que le vio nacer. Se podría decir que es un lugareño de pura cuna, que sólo ha divisado un horizonte.
Alguien con estas características, nacido en otro tiempo, en un pueblo mágico en algún punto del Norte de España, y desplazado por imperamento social a ser el último de la fila en muchos sentidos y ámbitos, se puede intuir que no ha tenido una vida fácil. Ni él, ni muchos, muchísimos como él.
Sin ahondar más en esta tristeza, que se engrandezca la belleza de su voz y oído, sentidos dormidos. Sin profundizar en su vida pasada, que sea bienvenido su presente, que él atrapa como ninguno. Sin escarbar en lo que pudo haber sido, que sea celebrada su alegría natural. Sin reprochar los designios superiores, demos gracias por tener personas maravillosas como Juan José que si le tiendes la mano juega contigo al corro de la patata, se vale por sí mismo, hace cestas bicolores con ristras de ajos alucinantes, duerme en cuevas al refugio único de las estrellas.
Y va a ser cierto que este lugar cura y engrandece el alma.
Mi última palabra Laura, es para ti, bien grande, alta, hermosa GRACIAS por ser como eres con él.