23 junio 2013

La isla prohibida

En la isla prohibida, el tiempo tal como lo conocemos no existe. Es el paraíso de las delicias, un lugar de difícil acceso, rodeado de flores salvajes, flores de pájaro y de fuego, que se abren al crujido de tus pasos. Las hojas no son naturalmente verdes, esas hojas de la isla, son delirios de belleza, vestidas de piel de pavo real, galantes, erguidas que responden y coquetean al estímulo de tu presencia.


El cielo del paraíso, es algo indescriptible, recuerdo cómo susurrabas al aire sus colores y decías suavemente: amarillo la  realidad, azul la vida, violeta el sueño, el paraíso existe, es esta isla prohibida.



El agua, es trasparente y fluye ligera y calmadamente por los recovecos y escondites de esta isla. La imagen es permanente. ¿Por qué te gusta reflejarte en el agua? Líquido que me despierta, gotas que se escurren entre mis dedos y dejan mis manos húmedas. No te secas nunca.





Las voces de la isla no son más que las propias de un paraíso verde, el remanso de paz no se rompe al canto de ningún animal. El sonido es placentero, aquí, puedes atraparlo y ponerte la melodía que más te guste en el oído y esperar con atención sus palabras. El sonido te habla.




La temperatura es aquella que nos hace sentir bien, es cálida como la brisa que ayuda a las nubes a descender hasta la manta de arena. Una vez sobre ellas, descansamos la cabeza, el corazón, el cuerpo, y descubrimos el sentido de flotar con levedad.

Desde la isla no se divisa ningún horizonte, ni a babor ni a estribor, en proa tampoco, quizás porque la isla prohibida es el mismo horizonte.




Este sueño impenetrable no es único, existen tantas islas prohibidas como mentes dispuestas a crearlas.
Sólo hay una llave que abre tu isla y dos viajeros que saben cómo hacerlo.



Si crees, aunque no la veas, que tienes tu propia isla prohibida, recuerda que el acceso no es sencillo, pero un paraíso repleto de vida te espera.

Suerte en este viaje que promete ser maravilloso.

Marta Martín