27 marzo 2016

La danza del cosmos

Los cortes de madera ya estaban colocados en el fuego y los troncos iban adquiriendo ese rojo candescente tan característico como respuesta al intenso calor. Las chispas nerviosas saltaban de la hoguera en un grito desesperado por no perecer en las cenizas, no pusieron mayor resistencia, lo comprendieron, se dejaron ir con humildad, sin confabular con el aire para hacer notorio su poder, ardían como sabían, en toda su esencia porque su Madre las había llamado, fuego.

El ritual estaba a punto de comenzar, todos en especial ella, se habían vestido para la ocasión, Nahim, hija de la luna y del jefe Cheyenne Wha-kaname, dejaba atrás su niñez para dar la bienvenida a una etapa más adulta como mujer, había que celebrarlo rindiendo homenaje a la Luna, por la luz que había dado en algunas noches y también por ocultarse en otras, con el único motivo de pulir su aprendizaje.

Una lisa y larga cabellera negra azabache acompañaba las caderas de Nahim, sus ojos eran de color miel, rasgados como los granos del café. Su nariz, fina, cincelada con precisión por los mismos dioses.



Las palabras de su padre, ya habían sido pronunciadas y además de los que estaban, los que no se veían también habían asistido a la celebración, una voz así, no salía liviana de esa garganta arrugada, salía del pasado y de lo más hondo de sus entrañas. 

Palmas, palabras, canto, fuego, aire, tierra, agua, todo lo suyo, todo lo que eran, estaba al servicio  de los elementos. Nahim, había entrado en la magia de la conexión, en ese estado en que la Madre es más grande y sabia que nadie, en aquel en el que toda incredulidad deja de existir, en ese, en el que el cuerpo es vehículo y el alma protagonista, en un momento de baile sincronizado entre lo terrenal y lo espiritual. No había miedo a volver a los brazos de la Madre. Nahim giraba alrededor del fuego como lo hace la Tierra alrededor del Sol, en una celebración para ella, también para el Padre, en una fiesta de elogio a lo superior y de tributo al reconocimiento y comprensión del ser. Como una ofrenda a la pureza de los sentimientos, como una matanza al ego que hace presa a la mente. Como la danza del cosmos que la enseñó a agradecer lo que tenía, a entender el camino que había recorrido y abrazar el principio de la libertad, como bandera que ondea gracias al viento del amor incondicional, origen y final de todo.


Como el fuego convierte en cenizas lo que quema, como el aire que las esparce lejos, como la tierra que les da asiento y como el agua que puede vestir de verde un campo entero.

Como un regalo que te hace la fe, esa que no se ve pero se siente. 



Marta Martín:)