25 diciembre 2020

El ovillo de lana que no quería ser un ovillo de lana

La verdad es que la madeja era muy diferente a las que solía haber en la mercería, lo que llamó poderosamente la atención de la dueña de la tienda, Doña Camila.

Al principio no le dio ninguna importancia, pero la madeja, cada vez se iba haciendo más y más grande, y para su asombro, adoptaba formas que no eran las propias de un ovillo de lana.

Nadie se había percatado de que ese ovillo era distinto al resto de los que Doña Camila vendía en la tienda, porque cada vez que lo veía asomar en la estantería, lo guardaba apurada en la trastienda, sabía que ahí había un gran misterio que resolver, un secreto que tenía que guardar para ella, como si fuera un gran tesoro que todavía no podía ser descubierto.

Veréis, el ovillo tenia principalmente tres colores: negro, blanco y azul cielo. Un día adquiría forma de triángulo, y otro de cuadrado... 

Sí, asi como lo lees.

¡Menudo ovillo tan peculiar!

Doña Camila, cada vez que veía que había cambiado su forma, ponía todo su esmero en volver a colocarlo, y darle la forma redonda que le correspondía tener. Ella no entendía nada, pero la verdad es que, a pesar de sus años, seguía, y no en el fondo, creyendo en la MAGIA DE LA NAVIDAD, sus canas, sus 10 nietos y toda una vida de trabajo en la mercería, no le habían separado de la niña que llevaba dentro…

Era como si todavía quisiera conservar la ilusión de que en estas fechas navideñas todo pudiera suceder, y la verdad es que pasan cosas muy bonitas y mágicas, por ejemplo: el nacimiento del niño Jesús, la llegada de Papá Noél cargado de regalos en su carruaje arrastrado por ocho renos vestidos con sus mejores galas y sus pompones rojos en la nariz.

A la mañana siguiente, ya 24 de diciembre, Doña Camila fue a trabajar como todos los días, y la verdad es que no se le escapaba ni una mosca, porque sin apenas haber puesto el primer pie en la tienda, ya percibió que estaba diferente. Tantos años trabajando en su mercería que podría recorrerla con los ojos cerrados sin chocarse con nada. Todo estaba desordenado, pero Doña Camila no perdió la calma ni por un solo momento, porque en el fondo sabía que esto no era obra de ningún caco sino de alguien tremendamente especial…

Santa Claus lo había hecho realidad, ese curioso ovillo que nunca quiso serlo, resultó ser un precioso un animal, que salió a saludar enredado entre telas y ovillos de verdad. Era un perrito venido desde la lejana y fría casa de Papá Noel, situada a 4475 km de la vuestra, Fernando, Catalina e Isabela. Corred a conocerle, no sin antes, descubrir su nombre. Si repasas de nuevo el cuento, muy pronto lo encontrarás.